Aunque no lo puedas creer, a nadie le importa la “nochecita” que has pasado; a tu jefe no le va a hacer ninguna gracia que te retrases sólo porque anoche tuviste que dar un par de biberones a tu hijo, que parece que tiene cólicos, y no te has podido dormir hasta las cuatro y diez de la madrugada…
Nunca imaginaste que la paternidad iba a poner a prueba de esta manera a tu organismo.
Un día cualquiera te levantas de la cama tras una noche de sueño intermitente, patrocinado por las dos tomas nocturnas de tu bebé y los llantos que las preceden. Dejas a tu pareja dándole el pecho y aprovechas para darte una ducha con los ojos cerrados e intentando no quedarte dormido. Al salir, desempañas el espejo con la manga del albornoz y tratas de reconocer al tío que se esconde al otro lado del cristal. Tus ojos, enrojecidos por la falta de sueño, parecen más pequeños, y sepultados bajo un par de hermosas ojeras, hacen que no te veas en el mejor momento de tu vida. Tampoco ayudan los tres kilitos que has cogido en estos últimos meses por la falta de ejercicio, así que cuando sales de la ducha, te sorprendes a ti mismo mirando boquiabierto a tu pareja; sus mejillas sonrosadas y la ternura de su mirada le hacen resplandecer como un sol. Se ha recuperado del parto de una manera milagrosa, y aunque se ha despertado esa noche dos o tres veces más que tú, su mirada está limpia y relajada, su voz suena dulce y melodiosa mientras le transmite seguridad al bebé susurrándole cosas bonitas al oído.
Es entonces cuando te haces la inevitable pregunta: ¿Cómo es posible que yo tenga esta cara de pedo y ella parezca recién salida de la película de Pretty woman?
Vuelves a buscar tu cara en el reflejo de un espejo y cuando te comparas con ella, empiezas a sospechar que está consumiendo algún tipo de droga.
Según parece, a nivel hormonal, el bebé realiza algún tipo de transfusión energética a la madre proporcionándole una fuerza sobrehumana y un aguante físico por encima de lo común. No he sido capaz de contrastar esta teoría con ningún estudio científico, pero sin lugar a dudas, algo de cierto debe haber. Esto nos deja a los padres en evidente desventaja, por lo que nos vemos obligados a consumir, sin ningún tipo de éxito, complejos vitamínicos cargados de Ginsen, jalea real y otras mandangas por el estilo que nos aceleran las pulsaciones pero que no consiguen, ni por asomo, hacer que nuestra apariencia física mejore.
El síndrome de Peter Pan
Uno de nuestros principales problemas tiene algo de relación con el conocido síndrome de Peter Pan. Si nos comparamos con la mujer, podemos comprobar que durante los nueve meses de embarazo algo cambia en su vida. Tanto a nivel físico como a nivel hormonal, su cuerpo se transforma hasta alcanzar unas dimensiones descomunales, se le hinchan los pechos, los pies y las manos. Hormonalmente su cuerpo les va preparando para lo que está por venir. Por el contrario, ¿Qué nos pasa a nosotros? ¿Qué cambia en nuestras vidas?… No cambia absolutamente nada.
Nosotros seguimos siendo los mismos frikis que éramos nueve meses atrás. Seguimos haciendo nuestra partidita de los viernes, seguimos quedando normalmente con los amigos, nos echamos de vez en cuando una siestecita, vamos al gimnasio al cine o disfrutamos de cualquier otro hobbie sin pensar en exceso en el bebé que está por llegar. Aunque nos intenten preparar con cursillos, revistas y libros, nuestra mente, de manera casi inconsciente reserva un espacio dedicado al futuro miembro de la familia y le asigna un espacio limitado que no interfiere, de ninguna manera, con el resto de nuestras ocupaciones. Es por esto, que tras el parto, tratamos de seguir durante un par de semanas manteniendo el ritmo de vida que llevábamos antes. Nos creemos superhéroes, pensamos que vamos a poder con todo y es aquí donde realmente nos equivocamos. Empezamos por ir con el bebé a los mismos lugares a los que solíamos ir antes: bares, restaurantes, cafeterías… Entonces nos damos cuenta de que todo nos molesta, o en realidad, molesta a nuestro bebé. Nos quejamos del volumen de la música, de los ruidos, de los olores. Tratamos de meternos con el carrito en cualquier lugar, e incluso se nos ocurre la genial idea de aparecer con el bebé a cuestas en la partida de los viernes. Pensamos que nuestros amigos estarán encantados de tener cerca una cosita tan mona, pero parece, que en lugar de esto, se enfadan contigo, de manera incomprensible, porque les has obligado a salir a fumar a la calle.
Dice un proverbio japonés:
“Aprende a doblarte como el bambú ante las tormentas, pues si tratas de permanecer erguido terminarás por quebrarte”
Casi todos los padres primerizos caemos en el mismo error y terminamos por partirnos en dos. En la mayoría de ocasiones, somos incapaces de reconocer que nuestra vida ha cambiado. Nos enfrentamos a la realidad negando que la paternidad y la responsabilidad que ella conlleva nos aterra y nos recuerda que nos estamos haciendo mayores.
Con esto no quiero decir que lo bueno se haya terminado. ¡Ni mucho menos! Simplemente que tenemos que adaptarnos a esta nueva vida. Tenemos que entender que hay una nueva personita que depende totalmente de nosotros, y que lo miremos como lo miremos, va a requerir un cambio importante en nuestras costumbres cotidianas.
Desde luego que nos cambia la vida a padres y a madres. Y creo q a nosotras más, solo que lo llevamos mejor
Un beso