17 de Sept de 2007
– Vamos a entrar en una sala de partos.
Sonreí intentando demostrar con ello que no se trataba de mi primera vez.
– La sala de partos se considera igual que un quirófano así que debes ponerte estas fundas en los zapatos, este gorro y esta masca…
– ¡Ya, ya, tranquila! – Interrumpí – No es mi primera vez – Le dije a la matrona todo ufano y guiñándole un ojo. La verdad es que me moría de ganas de decírselo a alguien.
Pasó todo como si estuviera viendo una película por segunda vez. Como si en todo momento supiera lo que iba a pasar, como cuando ponen «La jungla de cristal» por la tele.
Llegamos al hospital sobre la una de la madrugada, Rut con contracciones dolorosas cada seis-ocho minutos, y yo con sueño y más tranquilo de lo que me había imaginado. Después de un rutinario tacto vaginal de la ginecóloga de guardia, la tía Lola nos dijo con tranquilidad:
– Esto va para largo, la madre casi no ha dilatado así que el bebé nacerá hoy día 17 pero no sabemos cuando. Dormid un rato y mañana veremos como va la cosa
– ¿Dormir? – dijo Rut
– Si parece que el niño me va a salir el niño de un momento a otro…
– Tranquila, ahora te inyectarán un calmante y dormirás como una bendita – Dijo la enfermera
¿Y yo? Pensé para mis adentros ¿A mí no me vais a inyectar nada?
– Lo siento cariño, no hay habitaciones libres así que ponte cómodo e intenta dormir un ratito – Me dijo la enfermera cómo si me hubiera leído el pensamiento.
Pegué un vistazo rápido a la sala de monitores en la que nos encontrábamos. Allí sólo había una cama para la parturienta, una mesita para el monitor y una silla de plástico y metal bajo un cuadro de Villajoyosa. ¡Que coincidencia! Un cuadro de mi pueblo natal en la sala de monitores del hospital de Castellón. Esto me hará sentirme como en casa, pensé. Le hice una foto al cuadro sin que nadie se diera cuenta y sonreí como un tonto.
Ultimamente, algunas personas se despedían de Rut con la frase: “¡Qué tengas una hora corta!“… “¡Qué tengas una hora corta!“… Con Mar nunca nos la dijeron, o por lo menos yo no la escuché ¿Qué querrían decir exactamente con esta frase?
La noche del 16 al 17 de Septiembre creo que lo averigüé por mi mismo.
Sentado en aquella silla de plástico bajo la foto de Villajoyosa y con la cabeza apoyada contra el gotelé de la pared supe lo que le deseaban a Rut aquellas personas. De hecho, creo que esta ha sido la noche más larga de toda mi vida.
Rut se durmió fulminada por los efectos del calmante. El pasillo de la sección de partos se quedó en silencio y una celadora nos apagó la luz de la habitación para que pudiéramos “descansar a gusto”… las dos, las tres, las cuatro, las cinco… A las cinco me fui a pasear buscando un lugar donde poderme tumbar. Probé tumbarme en una fila de asientos de madera anclados al suelo, probé tumbarme en el suelo del pasillo estuve tentado a sentarme en los sofás de la sala de monitores, pero me pareció muy violento que alguien me encontrara allí roncando. Volví a la habitación y fruto de la desesperación opté por tumbarme junto a mi mujer, en un hueco libre que quedaba en su cama, de lado y con los pies en el suelo. A las 7.00 AM empezó a llegar gente. Ginecólogos, matronas, enfermeras… Yo estaba echo polvo. A las 8.30 tacto vaginal y ecografía. Veredicto: “Sólo ha dilatado dos centímetros… a ver si para eso de medio día nace el chaval…”
– ¿Quieres bajarte a desayunar? – Me preguntó la enfermera.
– Preferiría irme a dormir a casa un rato – Dije yo sintiendo bastante vergüenza de mi mismo. Pero me veía incapaz de conocer a mi segundo hijo en el lamentable estado en el que me encontraba. No quería que mis ojeras fueran la primera visión que tuviera de su padre.
A las 10.00 A.M aproximadamente me derrumbaba en mi cama. A las 11.00 A.M me llamaba mi mujer para que volviera con calma al hospital pues el parto ya estaba en marcha. Intenté comer un sandwich y una caña en la cafetería del hospital. Pero mientras me preparaban el sandwich sonó el teléfono. Era la enfermera.
– ¿Dónde estás?
– En la cafetería, ¿va todo bien?
– Sube corriendo, esto ya va.
Me bebí la cerveza de un trago y pedí que me envolvieran el sandwich para llevar. Así que con un café y una cerveza en el cuerpo llamé al telefonillo de la sección de partos, dije la contraseña y las puertas se abrieron. La jefa de maternidad me esperaba al otro lado de la puerta, me dijo que le estaban poniendo la epidural. El cuarto de monitores parecía el camarote de los hermanos Marx. Así que me pidieron que esperara fuera. Esto fue sobre las 12 del medio día. Cuando me hicieron pasar volví a presenciar el cambio de mueca de mi mujer producido por la epidural. Como soy un hombre experimentado me senté en una esquina con el fin de causar el mínimo estorbo. Aun así molesté bastante.
A las 13,30 aproximadamente nacía el pequeño Leo.
Salió rápido, apenas hubo que empujar; un corte, un silencio y en dos o tres segundos Leo estaba sobre su madre lloriqueando. En la sala de partos había poca gente, o por lo menos yo recuerdo a mucha más gente en el parto de Mar. El cansancio acumulado se mezcló con la alegría y me derrumbe cuando lo vi aparecer. Me puse a llorar como nunca. De manera desconsolada. Él también lloraba. Creo que desde ese momento me enamoré de él. Me costaba creer que iba poder querer a otra persona a primera vista tal y como me pasó con Mar. Creo que fue mi madre la que me dijo que el amor hacia los hijos no se divide, si no que se multiplica. Cuando salió Leo y le vi la cara me resultó muy familiar, como si ya lo conociera y lo estuviera esperando desde hace tiempo. Tengo que decirle a mi madre que tenía razón.
Ahora ya estamos los cuatro en casa. Tanteando nuestra nueva situación y estudiando la mejor forma de organizarnos. Estamos abriendo la caja de Pandora y un sinfín de viejos amigos están haciendo su aparición: “El sr. sacamocos“, “el esterilizador para micro-ondas espengler”, el fantástico “chorongueitor“… ¡Aaaaaaay! ¡Que buenos momentos pasamos juntos!… Esta vez tenemos muchos menos cachivaches, y parece que nosotros hemos cambiado también.
Gracias a Leo he vuelto a escuchar palabras que tenía casi olvidadas como “meconio, calostro, episiotomía…” ¡Que palabras! Hay una palabra que he aprendido en este parto:
“Entuertos” . (Los entuertos son contracciones bruscas del útero. Se producen cuando el bebé succiona el pezón a través de un reflejo denominado reflejo de Ferguson. Con la succión del pezón se produce una señal que actúa sobre la hipófisis que responde liberando oxitocina que es una hormona que llega al útero por vía sanguínea y estimula las contracciones del mismo, los entuertos dolorosos son más frecuentes en el 2° parto).
Mar nos está echando también una mano con el hermanito. Le dijimos que Leo le traería un regalito si lo pedía hablándole a la barriguita de mamá. Un día nos sorprendió besando y diciéndole a la barriga:
“Leo, ven pronto y no te olvides de los patines”.
Así que, de esta manera, el miércoles, el día que volvimos a casa desde el hospital, nos cruzamos con una vecina que sonriente le preguntó a Mar:
– ¿Mar, qué es eso nuevo que tienes que enseñarnos? –
Y Mar respondió gritando de alegría:
- ¡¡Unos patines!!
Curiosidad:
Por la falta de sueño pedí en la farmacia un complejo vitamínico y me dieron esto:
¡¡Ja,ja,ja!! ¡¡Que casualidad!! ¿no?
Me gusta mucho leer crónicas de parto desde «el otro lado», y la tuya me ha encantado 😉
Qué mona tu hija con lo de los patines jajaja
Un saludo!
Mil gracias por tu comentario, es un placer tenerte por aquí! 😉
Vaya hijo que tienes!! E hija!! No lo podíais haber hecho mejor…
Por lo que parece no voy a poder conocer a Leo antes de irme a Suecia. Habladle bien de su tío Paco (aunque tengáis que metir). Buena suerte y que os deje dormir aunque sea un poco…
Besos y abrazos,
Pakko Brüt.