Siempre me ha gustado pensar que los objetos cotidianos, en el fondo, tienen su corazoncito y sus sentimientos. Mientras estudiaba la carrera, me imaginaba que los juguetes que los coleccionistas guardaban en su envoltorio original en el interior de una vitrina, vivían totalmente deprimidos y apenados, adormecidos y sin ganas de vivir. Siempre he pensado que cada cosa en la vida tienen su finalidad, y que cuando nos deshacemos de ellas una vez han cumplido el cometido para el que han sido creadas ,mueren realmente satisfechas y henchidas de felicidad.

 

Para que me entendáis os dejo algunos ejemplos de objetos taciturnos:

  • Un balón firmado por un futbolista famoso que se queda inutilizado y guardado como recuerdo en lo alto de una estantería.
  • Una botella de vino que te regalan con todo el cariño del mundo tus amigos y se avinagra cogiendo polvo en el fondo de la despensa en espera de «una ocasión ideal».
  • La estatuilla de chocolate del Manekken pis que guardamos como recuerdo de nuestro último viaje a  Bruselas.

Todo este tipo de objetos se quedan frustrados, tristes, sin vida. Pierden su color y las ganas de vivir. Por tanto os animo a que cambiéis vuestra forma de mirar a los objetos y tratéis de darles una muerte digna siendo usados para el fin para el que han sido fabricados:

Jugad con la pelota firmada hasta que se destroce totalmente, bebed inmediatamente el vino junto a los amigos que os lo han regalado y devorad a dos carrillos la estatuilla de chocolate del Manekken Pis. Jamás habrá un mejor momento que el presente para darle una muerte digna y feliz a un objeto.

 

En el vídeo que os dejo a continuación, mis hijos le dieron una segunda vida a una caja de cartón, vacía y triste que se encontraron entre otros regalos bajo el árbol la pasada Navidad.

Esta es, sin duda alguna, la historia de un objeto que vivió y murió feliz.

 

(Idea, edición y realización: Rut García)

 

Memorias de una caja de cartón que se convirtió en: