Para qué nos vamos a engañar. Nunca he sido lo que se dice un «cocinillas» ni nunca me he sentido atraído por las artes culinarias. De hecho, cuando mis padres se marchaban a pasar el fin de semana al pueblo y me quedaba solo en casa, sobrevivía a su ausencia alimentándome de las sobras que pudieran quedar en la nevera o a base de sándwiches y bocadillos, para no tener que encender un fuego ni tocar una sartén. En ocasiones, llegué a esperar a mis padres en el recibidor de casa aullando de hambre como una fiera encerrada, con tal de no aprender a cocinar.
El miedo que nos produce a los padres pensar que nuestro bebé no come lo suficiente o que estamos fallando en el cumplimiento de nuestra tarea nos hace convertirnos en auténticos profesionales de la distracción y de la persecución con cucharilla y plato por toda la casa. Nos inventamos miles de teorías y métodos para hacer que nuestro bebé se termine la ración de comida que le hemos preparado y somos capaces de casi todo con tal de ver el fondo del biberón o del plato.
Abróchense los cinturones
Una vez superados los primeros meses de teta y biberón, tendréis que haceros con una trona o silla alta para dar de comer al bebé. Sí, es cierto que existen otros métodos, pero, como veremos más adelante, tener al bebé sentado en un su propia mesa a una altura adecuada os facilitará enormemente la tarea. De hecho, las tronas actuales vienen con un cinturón de seguridad con el que amarrar al bebé para impedir que se levante del asiento y pueda causar algún estropicio o llegar a caerse.
Las tronas antiguas no venían con este accesorio, pues recuerdo perfectamente a mis padres utilizando mi cinturón blanco-amarillo de judo para atar a mi hermano pequeño a la trona durante las comidas. Se ha dado el caso de niños que se mueven tanto durante las comidas que sus padres se han planteado seriamente el uso de camisas de fuerza o carretillas como la que utilizaban para trasladar a Hannibal Lecter en El silencio de los corderos.
¿Babero de ganchillo o chubasquero?
Conseguir que el bebé se esté quieto mientras le das la papilla se va a convertir en una de tus próximas obsesiones; por ello, deberás aprovisionar gran cantidad de baberos y pechitos, para no tener que cambiarle de ropa después de cada comida. Habrás observado que uno de los primeros regalos que se hace a los bebés es un babero de ganchillo o punto de cruz hecho a mano y con todo el amor por una amiga de la familia o una de las abuelas. Estos diminutos pechitos son los primeros en saltar al ruedo, y de la misma manera son los primeros en salir corneados de la plaza, pues tras la primera cucharada descubrimos, horrorizados, que la papilla atraviesa el punto de ganchillo y que su diminuto tamaño deja desprotegidas las piernas y la barriga del comensal.
Después de dos o tres comidas, guardarás los pechitos de punto en el fondo de un cajón y comprenderás que lo más funcional son los baberos de rizo con una capa de plástico impermeable en su interior.
En breve iréis subiendo de nivel y pasaréis a utilizar los baberos XL con bolsillo para recoger restos de comida, que es posible incluso que terminéis abandonando por auténticos chubasqueros del ejército con los que cubrir al bebé de pies a cabeza.
El mito del avión
Un padre desesperado lo prueba absolutamente todo cuando sienta a su hijo a comer y comprueba que este no está por la labor de hacerlo. Normalmente empezamos utilizando el tradicional método de “que viene el avión…” pero que con dos rápidos manotazos el bebé se encarga de convertir este sistema en un mito sin ninguna eficacia y hace que busquemos otras opciones terminando por convertirnos en auténticos payasos de feria, que gesticulando, cantando y haciendo ridículas muecas frente a nuestros hijos, seguimos sin conseguir, en la mayoría de ocasiones, el resultado deseado.
Es por ello que queda prohibido desde este momento criticar o burlarse de cualquier padre que esté realizando el esfuerzo titánico de alimentar a su prole sin recurrir al sencillo sistema de proyectar vídeos o dibujos animados desde una tableta o un teléfono móvil.
Un nuevo tema de conversación
Será mejor que empieces a acostumbrarte cuanto antes: hablar de cacas a partir de ahora se va a convertir en algo más que habitual en tus conversaciones, ya que el color, el tamaño, la textura y el olor de las deposiciones va a ir variando con cada alimento nuevo que introduzcáis en la dieta de vuestro bebé. Tu pareja te sorprenderá una mañana diciéndote:
—¡Corre, Paco! ¡Ven a ver qué color tan bonito tiene hoy la caca de la niña! ¡Cómo se nota que ya hemos empezado con las papillas de verduras!
Eso sí, deberás de empezar a preocuparte cuando descubras que tu pareja guarda los pañales fuera de la basura para enseñártelos en cuanto llegues a casa.
Puedes apuntarte dos momentos gloriosos a nivel escatológico en tu calendario: uno de ellos sucederá cuando introduzcáis las espinacas en la dieta del bebé y el otro cuando decidáis darle a probar el kiwi. ¡Todo un espectáculo de colores!
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